jueves, 26 de noviembre de 2009
lunes, 9 de noviembre de 2009
Teibolero
- Toca mis huevos con tu mano fría-
mismo día que ahí estaba, acostado, con una piel al lado y yo deseando no buscar a quién me la hizo, sino que esta pielecita ya me la pagara; para ser sinceros, con un un poco de amor me bastaba. Pero, al final, lo mejor de la tarde y de la noche fueron un par de confesiones:
Sí, me enamoré ipsoenchinga (antes se decía a primer vista) de alguien que tenía los mismos gustos que yo, literalmente... ¿A poco? Y tú, ¿no te ha pasado algo así? Pues sí, me enamoré de un teibolero. No mames, no existen los teiboleros. ¿Por qué no?
pregunta tras la cual comencé un monólogo donde relaté los insights que he podido acumular en el neónico mundo del teibol. El que alzó la mano de inmediato asume que: la teibolera se dedica a eso debido a que desde muy joven tuvo un hijo (casi nunca una hija), y que el padre no se hizo responsable en su debido tiempo o la golpeaba o que sus padres no aceptaron a esa Criatura de Dios.
Aún así, siendo su trabajo fruto del desfortunio, las mujeres cargan con la tristeza y lo transforman en arte dancístico, en vuelo y caída de prendas y coreografías pélvicas, en vueltas sobre sí que sirven de faro que ilumina el alma sucia del hombre, limpiándola; en subidas al cielo que se convierten en intentos de suicidio con caída lenta-lenta y con feliz aterrizaje, en azote de cabellos al suelo que barren las huellas de las musas antecesoras, en trémulas luchas de los apéndices del hombre que luchan contra el zíper dictador.
Como activista pude ver cuál descifrar la mejor estrategia con el cliente: resultó ganadora la que, como todo buen publicista, sabe que la mejor venta es la que no parece venta, haciéndote pensar que es tu novia (pero con taxímetro) y te enamora y te deja pensando en juntar dinero y fuerzas para volver a verla.
Hay las honestas que dicen que lo que les gusta de esa vida es el dinero, el pisto, las drogas y los hombres; esas amigas, por lo general, viven más en menos tiempo, por lo que terminan como el Hindemburg, o como el José José actual, diciendo con sonrisa chueca y ceja levantada: "pero lo bailada, lo gastada, lo bebida, lo esnifada y cojida, nadie me lo quita, arrebata o desmemoria", mientras le da vueltas a ese anillo en el anular, símbolo de ese matrimonio con satán.
Claro que las hay con fin de nota roja, pero resultan obvias. Más extrañas, como las que habitan en la historia de la hermana de L, mejor amiga de C, cuya carencia de dedos en una mano la lleva a un periplo recurrente por páginas de internet, situaciones y lugares bizarros, como el teibol aquél, donde las chicas tenían la peculariedad de carecer de ese algo. Y ese algo era un ojo, o una pierna, o (y aquí fue donde la hermana L encontró la paz) los dedos de una mano.
La última vez que acudí al Heaven*, me hice acompañar de mi amiga Lae, pensando que todas las francesas son muy abiertas en cuanto al sexo, pero, oh decepción, cuando la invité al privado donde una rubia me amó en tres canciones, se esquinó ininmutable, sin responder a ninguno de mis llamados sutiles que le decían: tócala, ándale, ven.
Y vaya que me quedo corto en historias propias y ajenas, pero estas tan simples y superfluas pueden ilustrar que nada semejante nos puede pasar a los hombres por ser seres tan elementales, nunca versados cosas de la calle y del amor y que sólo las buenas mujeres de mala reputación pueden nacer.
Después de este domingo, maldita sea, quedé mal, necesito el estoque (estoquear en este caso). Esta gripe que tengo no hay antibiótico que la diluya, es hora de -hoy, mañana a más tardar- regresar con mi falso doctor de cabecera para que me recete un cachito de cielo en el infierno.
*El Heaven, como bien dice Manzanito, es el único table familiar del que se tenga razón y registro.
domingo, 8 de noviembre de 2009
agosto
hace un tiempo se sintió mal, tronó. él, que no nació más que para calmar inseguridades se sintió flaquear súbitamente. giró sobre sí mismo, rítimicamente para pasar desapercibido, y rápidamente para no sentir desprotegida la espalda ni un momento. entrecerró los ojos en un esfuerzo instintivo por enfocar mejor, pero no hacía diferencia. también probó parándose de puntillas, lo que mejoró ridículamente poco su campo de visión... y aunque mejorara, no estaba seguro de lo que esperaba ver. de todas maneras sabe que no lo reconoció.
todo era hostil. azulado, movedizo. el territorio que horas antes había sido su campo de juegos lo bombardeaba de trampas. parecía una conspiración de todos esos demonios, no para dañarlo, porque nadie podía hacerle más daño del que él podía regresar, más bien para decirle de una vez por todas que se largara, que no era bienvenido, que éste no es su mundo y jamás lo sería. si te funciona pensar que nosotros estamos mal y por eso no quieres estar aquí, adelante, no importa mientras no vuelvas a aparecerte, le gritaban con otras palabras, le ordenaban con gestos que a simple vista hubieran dicho cualquier otra cosa.
para no sentirse rendido, se plantó y miró al horizonte indefinido unos minutos, conservando el ritmo. de nada le servía fingir que nadie lo había visto, pero le resultaba más llevadero de ese modo. quiso llorar. las ganas de no ser descubierto eran fuertes pero no lo detuvieron, al contrario, lo volvían más vulnerable a las ganas de gimotear y sollozar con la boca muy abierta y los cachetes húmedos pero sin ruido, que no hace falta cuando se llora con tanta impotencia. logró escaparse a una esquina donde no lo vieran tan fácilmente. una vez allí no lloró. en su refugio, notó que ya no se sentía entre enemigos. claro, tampoco entre amigos. estaba vacío, estaba como dentro de sí mismo, donde reina la impasibilidad y urge la conmoción, algún antagonismo que ayude a definir. nuevamente huyó. antes se sentió intimidado, ahora se siente aterrorizado.
se da cuenta que necesita el conflicto. si ya no puede aspirar al bienestar, al menos quiere el malestar para escaparlo. regresa a donde estuvo antes pero no encuentra a quienes quisieron perjudicarlo. fugazmente cree reconocer a alguno pero ahora ni se fijan en él. razona que si se comporta distraído, volverán a atarcarlo. así que se mezcla con el resto, se vuelve azulado y movedizo también. sin darse cuenta, pronto se vuelve para otros lo que antes fueron para él. cuando toma conciencia de lo sucedido, se odia a sí mismo por bajar la guardia. el enojo se disipa cuando siente satisfecha su urgencia por el antagonismo. aunque agitado, ha regresado al conflicto que quería. es inteligente, puede convencerse de cualquier cosa aunque en concepto sea perjudicial.
se agradece a sí mismo y se prepara para disfrutarlo.
viernes, 6 de noviembre de 2009
Hijos de su madre
Casi todas sus historias, como su familia, son encantadoras, envidia de los recuerdos de una infancia que no recuerdo haber tenido por estar siempre en mi onda.
Leí hace 10 años Hijos sin Hijos, un libro de Enrique Vila Matas, uno de mis escritores de culto; en él, hace un recuento de historias de personas que fueron hijos de alguien (como todos los que no somos de probeta) y que decidieron no dar continuidad a la estirpe humana. Salvo que el libro es magnífico y perfectamente fundamentado en sus motivos, yo no podía creer que uno de mis ídolos no le diera a la tierra una extensión de su vida, me parecía terrible que alguien que haya hecho tan feliz a tanta gente no regara su simiente, dejando sus recuerdos personales en una, espero, aún lejana tumba. Ahora, a la luz que los años le quitan a los ojos pero que se lo dan a la sabiduría, comprendo que quizá EVM es feliz con Paula de Parma y puede escribir lo que escribe porque en su casa no hay otro que le robe el podio de niño infinito.
Si quisiera poner un pretexto diría que mi sobrina Lula ocupa totalmente el lugar de hija: le pago algunos gastos, le ayudé a quitarse el miedo a subirse a las resbaladillas y columpios, le compro películas de animación de arte; a veces, cuando hace faltan zapatos o ropa le compro las cosas más bonitas. Le hice un blog que le entregaré cuando aprenda a leer y escribir y, por supuesto, bloggear. Creo, para mis adentros, que hago más por ella que lo que muchos padres jamás hacen por sus hijos, hijos que, quizá, bien harían en jamás tener decendencia con la cual repitan los vicios que matan el alma de un niño: pocas caricias, abandono y falta de comunicación.
A como van las cosas, a como se va desarrollando mi carácter, se ve difícil que tenga hijos, sobre todo porque creo que todos los hijos deben tener una madre. Y, francamente, no veo mujer que me soporte.
Ni modo: es el precio que alguna gente debe pagar por no pagar otros precios que le son más caros y para los cuales la mayor parte de la gente es programada y está lista a cierta edad. Pero la necesidad de enseñarle los atajos a alguien ahí queda (o quedará), pensando en dos cosas: poner un anuncio que diga: Se solicita hij@ por un tiempo (y enseñarle cosas), o pulir una de mis bromas futuras favoritas, y decirle esto a alguien en algún momento: "Para mi, eres como el hijo que nunca tendré..."
Pero, por el momento, te tengo traviesa Lula.

lunes, 2 de noviembre de 2009
valentina

Quiero dejar de doler. ¿Dejar de ser? No lo sé. Mejor ser especial. Pero externamente especial. Mi gran fantasía es encontrarme en una situación de protagonismo negativo. Objeto de lástima por duelo, reconocimiento a mis circunstancias particularmente difíciles, mérito a una valentía fuera de proporción, ese tipo de cosas. Por ejemplo descubrir accidentalmente que mi escala de dolor no está calibrada igual que la de los demás: que creo que soporto tanto como cualquier otro y resulta que soporto mucho más. Que aguanto con decoro situaciones más difíciles que otros, que soy más desprendida que otros. Pero no concientemente, sencillamente porque así es. Un día sentir que me duele el estómago, o la pierna. Tal vez la cabeza. Un dolor de cabeza a ambos costados, un poco más arriba y atrás de las sienes. Como punzaditas desde que me despierto hasta que me acuesto a dormir- si es que esta noche me dejan dormir. Están ahí todo el día aunque de vez en cuando me olvido a ratitos de ellas. Cuando tengo hambre es cuando las siento más agudas. Cuando debo concentrarme en algo del trabajo me distraen y afectan la calidad del resultado, pero jamás las uso como pretexto. Juego al estoicismo y nunca voy con un doctor, a pesar de que a veces sospecho que puede ser algo grave. Tal vez soy paranoica pero antes que todo soy una mártir. No digo nada y sigo normal. Nadie sabe nada en mi familia o mi círculo de amigos. Muchas veces me siento tentada a confesárselo a alguien para hacerme las cosas más fáciles pero siempre me detengo antes de hacerlo, convencida de que lo conmoveré aún más una vez que muera, de que le provocaré una impresión más fuerte desde la tumba. Porque lo que busco realmente es su compasión, no su comprensión. Una noche finalmente sucede: el dolor es particularmente intenso, me retuerzo anónimamente en el colchón haciendo muecas exageradas hasta que amanezco muerta. Días después, el olor levanta la sospecha de mis compañeros de casa y fuerzan mi cuarto, llaman a la policía. Un doctor o un forense me analiza y emite un diagnóstico: he padecido una de las enfermedades neurológicas más dolorosas que conoce, no se explica cómo es que lo he soportado en silencio. Mis compañeros se asombran de mi valentía. Se las arreglan para contactar a mi familia, aunque de momento no se me ocurre cómo podrían encontrar en mis cosas ninguna dirección o ningún teléfono para llamarles. Mi familia viene a la ciudad. Coronan su vida hasta ese momento, llena de orgullo por mí, con una vida a partir de este momento, llena de admiración a mi impavidez. Mis amigos se lamentan no haberme apreciado más antes, cuando vivía y no me dieron la importancia que ahora creen que tengo. Mis compañeros de trabajo terminan por enterarse y me convierto en objeto de chismes de pasillo, mi estatus cambia de callada y misteriosa a piadosa e incomprendida. Morí sin que mi familia supiera que soy atea, así que organizan una misa en mi honor (aunque lo supieran, la organizarían de todas maneras para su propia tranquilidad). Deciden efectuarla en mi ciudad de nacimiento para conveniencia de mis familiares, así que la mayoría de quienes me conocen y me aprecian no asisten. Olvidemos el hecho de que no asisten a la misa mis amigos más cercanos ni quienes alguna vez fueron mi interés amoroso. La misa está llena de gente que se reunió en ese cuarto de techos muy altos para recordarme. No quiero una hora de llantos. Seguramente todos estarán pensando en sus propios problemas la mayor parte del tiempo. Está bien, no me siento ofendida, de verdad. Lo único que quiero, la verdadera culminación de esta fantasía, es que la gente piense ¡pero qué valiente fue!, ¡cómo no le dijo a nadie lo que se sucedía!, ¡cómo pudo soportar ese dolor en silencio!, ¡verdaderamente digno de asombrarse! Así, con signos de admiración. Que mis tormentos habituales son peculiares. Que alguien quiera consolarme de la manera en que lo anhelo. Que alguien piense en mí con ternura y endulce mis metas, mis logros. Que me vaya siendo una niña, mi recuerdo envuelto en condescendencia.
Sí, a nuestra manera todos queremos ser especiales.
domingo, 25 de octubre de 2009
100

Tócame, tócame, tócame. Su invitación se convirtió en mandato. La toqué, la olí. Me sedujo el discurso memorizado y me encantó su belleza incomprendida.
Acércate a mí, abrázame, me dijo. La mordí de la manera que tengo reservada para quienes perturban mi cómoda soledad. Todo mi cuerpo la buscó en un solo gesto, con un movimiento que iniciaba en mi cadera y terminaba detrás de mi nuca arqueada.
Quise que me consolara. Pero para consolarme es necesario entenderme y para entender a quien no sabe comunicarse es necesario ser esa persona. Así que quise ser ella y que ella fuera yo.
Entonces fui ella. Esta vez fui yo quien lo ordenó, y ella me dejó entrar. Me dijo qué hacer, qué sentir, me dijo qué pensar para ser ella. Y nunca he sido más yo misma que cuando fui ella. Fui ella mucho tiempo, aunque hayan parecido minutos. Y cuando fui ella me sentí libre de las consecuencias de mis actos, que no eran míos. Cuando nos separamos, volví a ser yo.
Inquieta, descubrí que ese abandono de mí es un acto absoluto, cuyas causa y consecuencia son sí mismo. Piadosamente, ella sigue siendo yo, hasta que le ordene que se vaya.
viernes, 23 de octubre de 2009
Hola señor doctor
Todos son el mismo. Parece que no se mueven en todo el día pero de noche puedo verlos tomándose de las manos en lo alto, uniendo sus cabellos hasta que ya no puede saberse cuál es cuál. No sé qué es lo que se dicen entre ellos, debe ser algo sobre mí porque me están viendo todo el tiempo. Me da miedo que no se qué es lo que quieren, no se qué es lo que esperan que no se han ido.
Él se ríe de mí. Me lleva y me acerca con ellos, obligándome a tocarlos. Cree que así entenderé que están inmóviles y no me hacen daño. El que no entiende es él. Cree que mi llanto es un capricho pueril. Pero mi llanto es de desesperación… lleno de angustia frente a la sospecha de que él está de su lado. O por lo menos, de que no está de mi lado.
Para terminar esta tortura de una vez, extiendo la mano y contengo mis lágrimas y endurezco mi respiración. Él cree que me ha convencido de confiar en ellos y se ríe de lo tonta que he sido. Jamás le perdonaré que, sin entenderlos, me obligue a confrontar mis temores. No importa, él no se da por enterado y -aunque todavía no lo sé- lo seguirá haciendo durante toda mi vida. Y durante toda mi vida yo seguiré siendo incapaz de explicarle lo que siento. Esta barrera siempre existirá entre nosotros.
Al final, contarle mis temores y que me obligue a enfrentarlos se convertirá en mi mayor temor.
viernes, 16 de octubre de 2009
Ataraxia
Cada vez paso más tiempo sola y noto que me es más difícil relacionarme hacia afuera. No tengo espontaneidad en las relaciones humanas y eso perturba a los otros: cuando titubeo, cuando no reacciono cálidamente, cuando soy agresiva y poco sutil. Y pasando tanto tiempo de esta forma tan egoísta, dialogando conmigo misma, mis pensamientos se vuelven cada vez más quietos, menos contaminados de aquellos estímulos que son las otras personas. Tal vez un poco más planos, más lacios, sí… pero eso es solamente porque están creciendo en una sola dirección: variada como sea, pero siempre en mi dirección. La planitud podrá ser indicio de plenitud, de un equilibrio que de ninguna manera está completo, pero sí en una calma temporal que exige ser disfrutada.
En medio de esa calma, se acerca agitada la otra. Y me advierte que este sosiego es una trampa, es apariencia. Que estos diálogos interminables son un grito de auxilio, el síntoma de una crisis que hay que reparar en las raíces. Intenta convencerme de lo que hay que hacer, yo no entiendo lo que dice. Egoísta también, se preocupa por sí misma, pues sólo puede salvarse a través de mí, que no soy nada más que un recipiente vacío donde coexisten tantas otras a manera de perpetuos obstáculos mutuos.
El juicio es un amargo privilegio. Ya no quiero escuchar a ninguna.
miércoles, 14 de octubre de 2009
Corazonless
Aún espero autorización para que esta persona me permita contar la historia completa, que, hasta ahora, ha sido totalmente virtual.
lunes, 5 de octubre de 2009
¿Ya a descansar?
Jericó en una bandera agitada efusivamente. Jericó pitado por una caravana automovilística. Jericó en espectaculares, posters, programas de televisión, periódicos y Youtube. Su nombre en la estampa colocada en un vidrio de este taxi que me lleva ya muy tarde a mi casa.
¿Qué sé de Jericó?: Está casado y tiene hijos, mide 1.91 mts, es católico, del signo libra; lo cual, según sus palabras, lo hace "muy honesto y transparente"; confiesa que su mayor defecto es ser demasiado transparente y su mayor virtud, ajá, es ser totalmente transparente. Jericristo quiere ser presidente municipal. Por cierto, tenemos la misma edad.
De su contrincante, sólo sé que se ha fusilado frases y el logo de la campaña de Barack Obama. Nadie espera un conflicto internacional por esto.
Le pregunto al taxista ¿vas a votar por Jericó? No sé, me responde. Le hago otra pregunta: ¿Conoces una tiendita por acá cerca? Claro, te llevo. Siento como que revivo.
La primer vez que me quedé seco de fiesta, hablé a la central de radiotaxis (Por cierto este servicio nació aquí, hace más de 30 años) y le dije a la señorita: ¿Me envía un taxista... buena onda?
Contraté para mis viajes rutinarios a José Luiso. El primer día llegó 20 minutos tarde por mi. Una ofensa mayor para una persona cuya única cualidad consiste en la de ser puntual para las citas. Parecía que nuestra relación llevado-llevador no iba a celebrar un homenaje a la trayectoria.
Después de ese día, poco a poco, me fue cayendo bien: me despertaba de la congoja mañanera con reggeatón y siempre estaba contento. Cuando le agarré confianza, empecé a pedirle que me llevara a comer las cosas más extrañas de Saltillo. Así probé chicharrones genéricos (tripas de res fritas), chicharrón de ubre, cachete frito y cabeza de cabrito.
Una noche de fiesta se acabaron las cervezas. Preguntaron si alguien conocía un clandestino (Acá se deja de vender cerveza a las 10:30 pm). Pus, chicle y pega:
¿José Luis? Dígame, patrón. ¿Conoces un clandestino? Claro. 11 sixes, por favor. ¿A dónde las llevo patrón? ...¿José? ¿Dígame? ¿Me puedes traer... otras cosas?
Siempre lo invitaba a que pasara a echarse una chela. Siempre se negaba.
Me dijo que vivía con su exesposa y su hija. Me vio a los ojos para decirme que su ex aún le tenía ganas; más desde que ella un día le abrió la puerta del baño y lo encontró "tallándose la verga".
Relatome que había una chava que lo buscaba cada rato, la cual le proponía comprar un poco de soda, unas cheves y pistear y cojer toda la noche. Se sentía orgulloso por esquivado dos veces esas blancas y rojas y negras intensiones. En lugar de eso, me confiaba, iba a la zona de los putitos, quienes les ofrecían liberarlo de su/lechita/y/a/dormir a cambio de llevarlos sanos y salvos (y cenados) a sus casas.
Un día me pidió que le adelantara algo, un doscientón; que le había salido un negocio. Le di el billete y le dije: me voy a DF, te hablo el lunes. El lunes no contestó. Ni el martes, ni el resto de la semana. A las dos semanas su hija me contactó para pedirme un dinero que aún le debía a su papá por los viajes. ¿Pus qué le pasó?
A la tercer semana volví a verlo. Pasó por mi al trabajo. Lo invité a comer. Los tacos de carnitas le sacaron la verdad: había empeñado su taxi, dinero con el cual se encerró en el hotel 2 semanas con esta mujer bendita/maldita, un camión de cheve y el peso del dolor de su mirada en crack.
Fue mi chofer una semana más, luego desapareció de nuevo. Ahora, ni su familia lo encuentra.
Hay varias teorías. Una, que se unió a ciertos reggeatoneros que ahora se llaman JL, W y Yandel. Otra, que se unió al circo Richie, que estaba frente al Soriana "Morillo" y que recién levantó sus carpas. Su familia apuesta a que se regresó a Reynosa, donde su amigo el gringo demostraba por qué era considerado el mejor cocinero de coca del mundo. Yo creo que sólo tomó su taxi, apagó el taxímetro y se hizo tragar por el desierto.
El que José ya no sea mi conductor ha tenido un lado bueno: He conocido varios taxistas, como Víctor Corona, tuerto, cuyo lema de vida mientras caminaba por su colonia era: "Tres pasos atrás, siempre vivirás." O Jorge, que asegura, fue violado por unas roomates lesbianas mientras él se bañaba. Qué decir de "El Reygadas", que me contó que había vivido exactamente la misma historia que sucede en la palícula Japón, y que, cuando se lo hice saber, muy casualmente dejó de contarme su última hazaña de vida.
jueves, 1 de octubre de 2009
Bosquejo
Hoy conocí al maestro del universo. Me preguntó por ti… qué adecuado, porque llevaba un reloj Fendi y olía a cerveza. Hubo muchas cosas que no le supe decir. No supe decirle, por ejemplo, que no estás nada bien. O que ya para nadie es un secreto que vendes tu cuerpo. No le dije que tienes un problema con tu físico, no porque no lo aceptes sino porque te gusta demasiado. Tampoco le platiqué como fue que casualmente un día tu mentor se convirtió en tu cliente, ni cómo te caías de la vergüenza cuando abriste la puerta y descubriste que era él, justo antes de que se te llenara el pecho de aire caliente y tus ojos de lágrimas y le pidieras que te abrazara fuerte como aquella vez que probaste el G por primera vez y te sostuvo junto a la taza de baño hasta que te calmaste al día siguiente.
No le dije nada de eso, ni de los falsos ánimos que te das a ti mismo, que nos platicas como para quitarles lo falso, diciéndote que puedes cambiar cuando no quieres hacerlo ni has querido hacerlo nunca.
¿Para qué se lo decía? Él ya sabía que mentí, pero no me dijo nada. Sólo me dio una palmadita en el muslo, me dijo cortésmente que había sido un gusto conocerme y que lo disculpara, pero estaba borracho y tenía un taxi que tomar.
despido justificado
La distancia me engaña. Me disfraza la realidad, me suspende sobre ella y ya no sé donde estoy parada. Esa distancia me hizo pensar que yo era mejor. Me sentía a salvo. A diferencia de toda esta gente que parece salida de un mal anuncio antidrogas, yo tenía un trabajo, una dirección, podía disolverme en el complaciente mundo de los sobrios. Estaba lejos de ellos; sólo visitando.
Ya no siento esa distancia. Estoy en la misma fiesta que ellos, soy uno de ellos. Tuve que pensar dos veces antes de rechazar la propuesta sexual cargada de LSD que me hizo la chica del cabello corto. No pensé ni una vez al abrir una de las cervezas que nos hemos robado del supermercado. El repugnante tipo encorvado y yo nos estamos riendo del mismo chiste. ¿Soy de alguna manera mejor que él?... porque mi vida se siente más inerte que sus pupilas.
Estoy junto a ellos y ya no sé que es lo que distingue de ellos. ¿Estoy lista para acabar con esa distancia? Lanzarme al vacío aunque me duela el golpe. De todos modos ya estoy ahí.
domingo, 27 de septiembre de 2009
Los Perdidos en Tokio
En este momento deberíamos estar caminando en Tokio
saludando a tus falsos parientes,
ebrios en Sake y luces.
Buscando lugares dónde hacernos sesentaynueves.
Ligaríamos ojos rasgados.
Probaríamos nuevas drogas
que nos pongan los ojos de
Mr. Chispa.
Acumulemos, como siempre,
cerveza en burós de hoteles:
Torres de las que beberemos
al día siguiente.
Descalza cortándote los pies hermosos:
yo te los curo y te los beso.
Probando dulces que te destrozarán el estómago
Comprándote lentes de precios imposibles.
Comiendo sandía cuadrada,
pasándonos las semillas boca a boca
riendo y riendo.
O tirándonos bicicletas por balcones,
no importa, ya revivirán.
Traéme mi tequila barato,
Lo espero de nuevo en Obregón.
Por cierto,
ayer (hace cinco días) oí a los Yeahs Yeahs Yeahs,
te busqué en el bar
pero ya no eras la cantante.
viernes, 25 de septiembre de 2009
radio gaga
Nostalgia de algo que no viví. Así llamo a un sentimiento que experimento frecuentemente al escuchar música. Sucede cuando la canción me conmueve y me sugiere ideas a las que no tengo recuerdos que asociar.
La primera vez que recuerdo claramente haberla sentido fue cuando tenía 13 años. Era de noche. Seguramente era un viernes por la noche, porque solían ser noches muy tranquilas en mi casa. Después de una pesada semana en el trabajo mi papá sólo tenía ánimos de cenar, ver la tele con mi mamá o platicar un rato y dormir. Mi hermano y yo éramos muy chicos para salir y generalmente nos acostábamos o nos encerrábamos en nuestros respectivos cuartos temprano. Y sí, seguramente era un viernes por la noche porque fuera de mi ventana la noche se sentía cargada, mágica, húmeda, llena de promesas, así como suelen sentirse las noches de viernes en Guadalajara.
Ese mundo que prometía la ciudad yo no lo conocía ni por equivocación. Sólo podía imaginármelo y añorarlo justamente como lo hacía esa noche: acostada, bajo las sábanas, con un pequeño radio portátil Sony pegado a mi cabeza sintonizado con el volumen más bajo posible para que mis papás no se dieran cuenta de que seguía despierta. Y escuchaba la voz ronca y sensual - típica de locutora- que hablaba sobre Brian Setzer. Y yo, impaciente, articulaba en silencio el nombre, adivinando como se deletrearía para no olvidarlo en caso de que me gustara la canción que estaba por iniciar. Y empezaba. Y yo abría los ojos y no cabía en mi cama de la emoción. No cabía en mi casa, no cabía en mi cuerpo. Quería salir, quería vivir esa canción que ya de por sí estaba llena de vida, de imágenes borrosas de aventuras nocturnas y de personajes que en mi mente no podía aclarar. Y pensaba que algún lado de la ciudad habría gente escuchando la música al mismo tiempo que yo y la vivía de veras. Y esa gente se contagiaba de esta vibra incontenible y la alimentaba también. Y la canción se transformaba en mil cosas a cada momento y yo seguía aquí encerrada. ¡Y qué absurdo me parecía! Yo viéndolo todo de mentiritas, mientras las cosas realmente sucedían afuera. Tan de mentiritas era que de haber dado un paso fuera de mi cama el radio se hubiera vuelto inaudible y para mí ese mundo se hubiera esfumado. Y para esa gente nada hubiera cambiado y seguirían riendo, bailando, formando parte de esa nube increíble de magia que flotaba sobre mi cama.
De esa manera tan enternecedora viví mucho más con el radio Sony: desde los sones jarochos hasta Miles Davis pasando por cada sutil matiz del rock o el novedosísimo Nortec. Todos de lejecitos con ese eco del FM de por medio. Todos siempre seduciéndome. Todos siempre acongojándome.
Entre tantas mudanzas no sé donde quedó el radio Sony. Pero a mí todavía me pega la nostalgia de algo que no viví.
jueves, 24 de septiembre de 2009
ROPA
martes, 22 de septiembre de 2009
Alguien se me adelantó y lo escribió antes que yo. Bueno, no coincidimos en que yo no veo a ningún terapeuta aunque sí he visto a uno. Era una, y estaba guapa. De hecho, se parecía mucho a C. mi mejor amiga durante la universidad, que también es la mar de guapa y con la edad se ha puesto bien richardita. Cuando mi terapista me daba un abrazo al final de la sesión, lo hacía muy intensamente, tanto que me ponía un poco erectón. Ella, por compasión, no se quitaba. Ojalá todos tuviéramos terapeutas como ella.
domingo, 20 de septiembre de 2009
AVISO DE BLOGGER
viernes, 18 de septiembre de 2009
Preparatorianas.
Antes me gustaba pasar las tardes con mis amigas. Daríamos una vuelta en carro o nos veríamos en algún lugar o simplemente estaríamos juntas en casa de alguna. La verdad es que todas nuestras actividades eran perfectamente improductivas. Sanas, raramente indebidas, pero invariablemente improductivas.
Seguramente estaríamos hablando de hombres (yo nunca compartía con tanto entusiasmo esta parte de la conversación… ahora sabemos por qué), criticando gente de la escuela, quejándonos de nuestras familias o compartiendo a cuenta gotas fragmentos de nuestras nacientes vidas sexuales.
Pero reía mucho. Muchísimo. Toda la tarde, toda la noche. Los últimos dos años de mi preparatoria fueron años completamente banales y felices, en los que olvidé cualquier aspiración académica que hubiera cosechado hasta el momento y me entregué plenamente a los placeres sencillos de la vida estudiantil: la despreocupación, el sexo y el alcohol. Me convertí sin dudarlo en una jovencita promedio, con actividades promedio.
A veces, cuando pienso en mis pulcras ambiciones académicas o profesionales de la pubertad, me reprocho que hayan sido tan impensadas, tan automáticas que ahora ya no les encuentro el sentido. Pero me parece que no es la pubertad la que debería lamentar, sino mi adolescencia, esa etapa que sirvió como punto de comparación. Es verdad que en mi pubertad era infinitamente más ingenua, pero también es verdad que era infinitamente más pura. Aún no había sido seducida por el fantasma de la comodidad, del conformismo, de los placeres simples.
Hoy soy una adulta joven. Conmigo, este fantasma también ha crecido y ahora es también mi verdugo. Me está matando. Mi vida carece completamente de sentido. He sido dos cosas opuestas y entre ellas se han traicionado y ya no puedo saber porqué he sido ninguna de las dos.
No puedo recordar cuál era mi motivación incondicional para el estudio. Mis padres me repetían que lo importante era que entendiera que no lo hacía por ellos, sino por mí. Yo siempre repliqué en instantáneo que lo entendía perfectamente, pero sólo ahora me he dado cuenta de la seriedad de su advertencia.
Y tampoco puedo volver a ser así de superficial. Puedo hacerlo igual que un niño que se va a dormir sabiendo que no ha hecho la tarea que debe entregar a la mañana siguiente, con ese presentimiento de que en su mochila se esconde una calamidad que llegará irremediablemente y con la esperanza secreta de que la situación se arreglará mágicamente sin que haga nada para solucionarla. Puedo salir y emborracharme, pero la resaca moral me martilla la conciencia igual que por la mañana me martilla la cabeza. Puedo desvelarme sin sentido, puedo malgastar mi dinero, puedo tener sexo casual y carcajearme todo el día, pero no estoy llegando a ningún lado, no estoy descubriendo el sentido que he olvidado para ser ninguno de mis opuestos.
Así que estoy rezando por que llegue desde fuera esa mágica solución. Mientras, estoy jugando a los dos personajes. Uno de día, otro de noche. Uno en la oficina, otro en la calle. Pero lo hago mal y la gente se da cuenta. Se dan cuenta que soy una impostora y adivinan cuando la superflua vino a trabajar o cuando la ñoña vino a la fiesta. Me hace miserable interpretar un personaje y no saber porqué. Es insufrible interpretar dos. Y lo peor, lo que debería darme vergüenza, es que éstos ya no son personajes que interpreto, sino que se han convertido en los únicos dos polos de una personalidad que de otro modo se ha desvanecido. Cualquier día de éstos alguien va a llegar y me va a decir que es hora de entregar mi tarea. A ver qué pretexto le invento. A ver si entonces sí me da vergüenza.
sábado, 12 de septiembre de 2009
Un año en telegramas
Vivía en DF.
Tenía novia a distancia. La amaba.
Tenía otra novia en DF. Me quería.
Era director de una escuela que enseñaba cómo hacer publicidad. Lo odiaba.
Tras una noche de larga fiesta, por beber a las 11 del día en plena calle, a un amigo y a mi nos llevaron a una agencia del ministerio público.
En el separo regalé la playera que traía puesta a un tipo que estaba todo mojado.
En el separo yo gritaba que era preso prolítico, que estaban cometiendo un crimen de conciencia. Mi amigo reía. Le falta un premolar a mi amigo.
Mis padres y mi abuela me liberaron previa mordida. Me llevaron a una cantina.
Más tarde, en un Oxxo, unos amigos de la calle me pidieron 10 pesos para un Tonayán. Les compré un Absolut y un Bacardí. Me invitaron a beber con ellos.
Inhalé pegamento con ellos.
Los mismos amigos, en extrema muestra de cortesía, me ofrecieron a su chica que en realidad era un chico muy femenino y un poco sucio. Decliné amablemente.
Platiqué con una junkie de 60 años y con Sida. Con su tranquilidad, su mirada alegre de ojos vacíos, me hizo ver una parte de la belleza de la vida que muy pocos tienen la oportunidad de llegar a ver.
Terminé bebiendo copas con un desconocido y una buena mujer de mala reputación. La besé.
No tuve el dinero para pagar la cuenta completa. Me dejaron ir.
Me dio una cruda moral de 7 días.
Se lo conté a mi novia de DF. Me cortó.
Comencé a quererla.
Fui a ver a mi novia a distancia y le propuse venirse a vivir a mi hermosa pinche ciudad.
Dijo que sí.
Empecé a descontar días.
Tras otro doble día de juerga (Patrick Miller, Cantina de Son Cubano, Mi casa, Rosita Alvírez, tres cantinas después), terminé dormido en una banca del centro.
Cuando desperté no sabía en qué estado de la República estaba ni cómo contactar a mis anfitriones.
En mi descargo, debo decir que en ese tiempo daba muchas conferencias.
Mi trabajo me aburría enormemente.
La exnovia retrasó un mes más su llegada.
No importa, le dije.
Dejé de beber, hice ejercicio, hacía las cosas bien.
Llegó la esperada.
Me dijo: no sé cómo o por qué, solías ser una presencia total; un día dejaste de estar ahí, te saliste de mi cabeza.
Durmió conmigo, luego fui a beber.
En la cantina conocí a un tipo que organizaba orgías en hoteles. Le gustó mi amiga acompañante. Me invitó a una de sus reuniones. Decliné. Guardé su teléfono.
Duré un mes más con Ella.
No iba a funcionar, le dejé de hablar.
Me morí.
Bebía todos los días. A veces un litro de vodka al día.
Por lo mismo, se me olvidó ir al concierto de Radiohead. Tenía boleto caro.
Por primera vez en mi vida, mi familia me vio llorar. Varias veces.
Tras sendas pedas, pintaba murales en las paredes de mi departamento.
Tuve una roomate. Es “border”. Está buena. Es alcohólica. Está totalmente loca. Me baila table dances.
Renuncié a mi trabajo. Me dijeron: ok, dános 2 meses.
En las mañanas, antes de bañarme, lloraba. Pedía que algo bueno pasara en mi vida.
Un par de semanas después me dijeron: ¿Quieres hacer una escuela en Saltillo?
Dije: sí.
El Dios de la Regadera había actuado.
Una terapeuta Gestalt me dijo: Tienes que aprender a quererte.
Un Podólogo, que me puso plantillas de por vida, me dijo: quiérete.
Pensé: tengo que aprender a quererme.
Un santero cubano me dijo: En esta vida todo tiene un precio. Tú eliges qué precio pagar.
Murakami dijo: Sólo soy una parte del camino por donde pasa el hombre que realmente soy.
Jodorowsky dijo: el peor daño que los padres le pueden hacer a un niño es no acariciarlo.
No dormí durante tres noches seguidas. La primera estuvo bien; la segunda, genial, nunca se me va a olvidar, y en la tercera me estaba volviendo loco: Oía un loop infinito del Perro Bermúdez narrando un partido de futbol.
Cerré mi negocio en DF.
Dejé de beber.
Mi padres me dijeron: perdónanos.
Le dije a toda mi familia: perdónenme.
Me vine a Saltillo.
Abrí una escuela.
Tengo muchos amigos. Estoy solo.
Acabo de cumplir 35.
Soy feliz y si siguiera el consejo de Charles Bukowski, no debería escribir.
Pero él está muerto y yo no.

viernes, 11 de septiembre de 2009
Guía rápida para engañar la voluntad / Minúsculo compendio de aforismos para abúlicos.

- Debo pensarlo dos veces. Tal vez estaba equivocado cuando me fijé este objetivo.
- Es una ocasión especial.
- Antes, debo descansar.
- No quiero apresurar mi decisión.
- Que espere, hoy merezco distraerme.
- Realmente no necesito despertarme tan temprano.
- Ya he excedido un poco el límite. Excederlo un poco más no importa. [aplicable a cualquier tipo de límite]
- No depende (sólo) de mí.
- Hay otras cosas más urgentes.
- No es el momento adecuado.
- Mi amigo entenderá.
- Voy lento pero seguro.
miércoles, 9 de septiembre de 2009
10.5 días

Si me gustaran las mujeres, me gustarías tú. Me lo dijo. ¿Por qué me lo dijo? Yo esperaba que me lo dijera. Algo así. ¿Para qué?
La conozco por casualidad. Llego al bar sola. Ella viene con uno de esos amigos que saludo con efusividad exagerada porque alguna vez, hace mucho, coincidimos en una fiesta y nos divertimos muchísimo, pero en realidad no sé ni madres sobre él. Inmediatamente siento su atención sobre mí, inmediatamente siento su esfuerzo por excluir a mi amigo de la plática y quedarse sola conmigo.
Es guapa, es alta, es delgada. Acerca su boca a mi oído cuando habla para que pueda escucharla mejor. Cuando lo hace, acaricia un poco mi cabello. Hay mucha gente en el bar y estamos bastante cerca una de la otra. Mi amigo ha sido completamente excluido de la conversación, que ahora cubre temas tan diversos como su adolescencia, el descontento de su madre con su anterior corte de cabello, y las drogas de su elección. El tono de la conversación es ligero, con muchas risas. Me propone que brindemos y que al beber nos miremos a los ojos, de lo contrario nos esperan siete años de mal sexo. Y nadie quiere siete años de mal sexo, ¿o sí?
Mi amigo nos informa que aún estamos a tiempo de comprar alcohol en alguna tienda y beberlo en el departamento de uno de ellos. ¿Vienes con nosotros? Sí, vámonos. Te sigo. Camino hacia fuera y ella camina detrás de mí, con sus manos sobre mis hombros.
Vamos nosotras dos y otros tres chicos. Ella me explica que han sido amigos desde hace 12 años. Compramos cervezas, subimos a un taxi. Me siento junto a ella. Toca mi rodilla izquierda. Todos vamos apretados en el asiento de atrás, gritando y riendo. Bromeamos con el taxista. Ella hace un comentario sobre homosexuales que sólo podría hacer alguien muy distraído, alguien estúpidamente intolerante, o alguien gay. Recuesta su cabeza sobre mí en gesto de cansancio. Debe ser gay.
Llegamos al departamento y me acomodo en un sillón junto a ella. Todos tomamos una cerveza y mi amigo se sienta frente a mí, inicia una conversación estúpida. No me puedo concentrar porque ella comienza a hablar sobre cómo hace una semana y media cortó con su novio de dos años. Se me descompone el gesto. Sé que ella lo ha dicho para que yo escuchara: el resto de ellos debe saberse bien la historia. No me desanima que haya tenido novio, ¡yo también tengo un par de ex novios! Pero me desanima que sea tan reciente. No tengo el corazón (y probablemente tampoco la habilidad) de cogerme a alguien herido, recién cortado.
Esto es un caso perdido. ¿Qué hago? ¿Me voy? Ella sigue hablando con otro tipo sobre su ruptura, y lentamente me involucro en la conversación hasta que de nuevo excluimos a todos los demás y quedamos hablando sólo nosotras. Empieza a llegar mucha gente. Algunos de ellos vienen de una fiesta de disfraces, vienen festivos y hacen mucho ruido. Pronto todos suben al departamento de arriba, en el que hay una habitación pintada de rojo que tiene focos rojos. Al parecer, eso es motivo suficiente para mudar la fiesta a esa habitación. Me invento algún pretexto para quedarme abajo un rato más y ella se queda conmigo. Seguimos hablando. Ella acapara la conversación y se desahoga. Yo opino, pregunto, escucho y asiento con la cabeza. Me gusta oírla. Ella necesita que la oigan. A veces es más fácil hablar con un extraño y por algún motivo yo me presto al juego.
Alguien regresa al departamento de abajo por las cervezas que faltan y nos pregunta qué hacemos ahí solas. Nada, nada. Ya nos íbamos al cuarto rojo. Subimos, abrimos una cerveza nueva. Todos bailan, hablan fuerte, se ríen. Todos a un ritmo con el que no puedo sincronizar. Me siento fuera de lugar. Me inclino sobre ella y se lo digo. Ella también. Me dice que nos regresemos al sillón de abajo. La sigo. Dice que deberíamos dormir un rato y se acuesta en el sillón de enfrente. Yo no tengo sueño pero me acuesto. Prendo un cigarro y me volteo hacia ella. Ella está volteada hacia mí. Estamos frente a frente, en sillones separados, viéndonos a los ojos. Reanudamos la conversación. Sobre otros temas aunque de vez en cuando el tema del ex novio reaparece. La ruptura. Lo que debe hacer, lo que no debe hacer.
Suena mi teléfono. Es un mensaje de texto. Es de una chica que me insiste que vaya al bar en donde está. Debo haber hecho un gesto raro al leerlo porque ella me pregunto quién era. Le digo que nadie importante y le pido su teléfono para hacer una llamada rápida. Llamo a la chica y le pregunto si en ese bar cobran entrada. Sí, doscientos pesos. Lo siento, no tengo dinero, luego te veo. Cuelgo.
Vuelvo a acostarme y seguimos hablando. Ahora me toca a mí hablar sobre mi pasado amoroso. Cuando lo hago, pongo especial atención en mi uso de pronombres y adjetivos. No quiero revelar géneros. Ella me platica una historia sobre una amiga que resultó lesbiana. La historia no tiene chiste, no viene al caso. Sé que se muere por saber si soy o no soy.
Me veo muy bien hoy. Ella también se ve muy bien. Estar así acostada de lado le va muy bien. A ratos se acuesta boca abajo con los pies levantados y se ve todavía mejor. Esos zapatos son de lesbiana de estereotipo.
Vuelve a sonar mi teléfono. Me está llamando la misma chica de antes. No hay problema, me dice, yo te invito, yo pago todo. Rápidamente evalúo mis alternativas para el resto de la noche y me parece que ir al bar es la mejor. Le digo que sí, que en este momento salgo para allá y la veré exactamente a las 4:35 en la entrada. Cuelgo y le digo a ella que debo irme, me levanto del sillón y le pido que me diga por donde puedo tomar un taxi. También se levanta y me pregunta quién era. Yo también soy gay, le digo como si le debiera explicaciones, esta chica es una amiga con la que tengo una historia un poco complicada. Es mentira, en realidad es un acostón de hace un par de días.
Me detiene en la puerta y me pregunta si realmente soy gay. Me río de su pregunta. Insiste, ¿eres gay o sólo estás experimentando? Ya experimenté, contesto, y soy gay.
Salimos a la calle y al despedirnos me abraza y me dice que le he caído muy bien. Contesto que ella a mí también y hago algún chiste sobre como ella ha hablado sin parar toda la noche. Cuando me suelta, me dice en la cara, si me gustaran las mujeres, me gustarías tú. Lo tomaré como un cumplido. Sí, así tómalo, responde.
Empiezo a caminar en la dirección que me señaló y ella añade, cuando me gusten las mujeres te llamaré. Saludo con la mano y le sonrío condescendiente. Entonces, esperaré tu llamada.
4:27. No me gusta llegar tarde. Me volteo y me echo a correr.

martes, 1 de septiembre de 2009
primera vista

Lo mencioné de pasada antes, tengo frecuentes enamoramientos.
No relaciones reales. No coqueteos. No risas y persecuciones bobas de niña de secundaria.
Simplemente enamoramientos. Veo a alguien en la calle, en un antro, antes en la escuela, ahora en el trabajo. Y, con toda la ligereza de la palabra, me enamoro.
Un amigo mío me explicaba lo complicado que le resulta tener sexo casual. "Es que si partes de la premisa de que todas las mujeres tienen algo de lo que te puedes enamorar, no veo cómo puedes pasar sólo una noche con ellas".
Tal vez al justificar así su torpeza en el arte/ciencia de ligar, mi amigo ha llegado muy lejos, pero en el fondo tiene razón.
Si las observo detenidamente mientras hacen sus cosas, sin que se den cuenta, encuentro gestos que me parecen familiares, que me provocan abrazarlas, que me hacen sonreír pensativa. Pienso, ¿se dará cuenta su novio en turno de lo encantadora que es ella cuando se esfuerza en contar una anécdota boba?
O ella, que va abriéndose paso para salir del metro, con un rostro de cansancio que exige empatía luego de un pesado día en el trabajo, ¿tendrá alguien que la reciba al llegar, que la abrace y le diga báñate, ponte cómoda, debes venir exhausta, te voy a hacer de cenar?
O la copiloto de aquél carro, que va mirando por la ventana con un gesto de absoluta concentración, siguiendo con la mirada la línea del horizonte que divide las montañas y el cielo, sonriendo inconcientemente... ¡lo que daría por subirme en el asiento de atrás con mi cabeza recargada en su respaldo y pedirle que me diga en qué está pensando!
Una chica sola, sentada en un parque frente a un edificio de oficinas, chupando su cigarro para matar el tiempo durante su hora de comida porque no tiene a donde más ir. ¿Te aburre tu trabajo? A veces a mí también el mío. Vámonos, vámonos juntas.
Oigo una risa estruendosa: pertenece a una mujer que, muy delicadamente, echa su cabeza hacia atrás, sus hombros hacia arriba y adelante, se regodea en su felicidad. Chingado, ¡qué ganas de ir a preguntar cuál es el chiste para reírme yo también con ella!
La adolescente que se viste mal, que seguramente tiene pocos amigos en la preparatoria, sentada, esforzándose, leyendo lentamente, asintiendo con la cabeza, murmurando y gesticulando lo que lee. ¿Si estuviéramos en la cama, me arrullarías leyéndome al oído?
Un niño le dice a su madre ¿me lo compras mami? con la más ingenua de las ilusiones y recibe un impotente pero firme no mi rey, no puedo. Señora. Yo la entiendo. Yo sé que no es su culpa, yo sé que a veces no se puede. A mi también me duele.
Tú, la chica delgadísima con un aspecto totalmente andrógino, con pantalones entubados, con dunks, con los ojos excesivamente delineados y el cabello a la winehose. ¿Quieres ir a tomar unas caguamas en el parque frente a mi casa?
Esa señora que va manejando una enorme SUV negra con interiores beige mientra habla por radio. ¿Me llevas contigo al club?, ¿nos metemos al vapor?, ¿cerramos con seguro?
Si tengo sexo con alguien, a partir de entonces su cuerpo es mío y puedo tenerlo cuando yo quiera. Puedo revivir la lujuria y la ternura del momento en cualquier otro momento.
Pero también estos gestos de la calle, tomados prestados al pasar se vuelven míos y están todavía más llenos de posibilidades. No tengo nada que recordar y todo qué fantasear.
Es un pasatiempo muy delicado. De hecho es un pasatiempo peligroso. Tengo miedo de que al recolectar tantos gestos de tanta gente, me olvide de cómo es poseer todos los gestos de una sola persona.

lunes, 31 de agosto de 2009
Qué payaso.
Pero alguna vez fui niño, uno imaginativo y retraído que no le gustaba comer ni hablar por considerarlas acciones inútiles.
Los niños son sus juegos como los adultos sus aficiones. Mi Aconcagüa lúdica consistía, esencialmente, en quitarle el cinturón a la bata de baño de mi madre, anudar un extremo alrededor de mi cuello, y el otro, a la pata de un mueble. Y ladrar de vez en cuando. Y así pasaba horas, casi un día entero. Mis padres estaban más que contentos con este juego y yo era feliz porque me lo dejaban jugar. No creo que esta foto sea espontánea, pero sí fidedigna:

Por una tía, por sus ganas de demostrar su tesis y sacar a pasear a la vana Gloria, aprendí a leer y escribir, sumar y restar a los tres años. Por supuesto que eso me creó muchos amigos, todos imaginarios. Sólo me llevaba con gente adulta y de ella copiaba sus temas y poses más aburridas.
Sólo un acontecimiento una vez al día me hacía romper las barreras de mi no edad. Cuando lo veía y oía saltaba y gritaba como sí sólo fuera a meter un solo gol en mi vida. Escuchaba esa voz tipluda y rápidamente me ponía en posición, subía el antebrazo y agarraba un micrófono de aire. Lo primero que en mi vida me hizo salir de mi fue un verdadero artista, mago y payaso: Ricardo González Gutiérrez "Cepillín".
El Ricardo estudió para odontólogo y en lugar de darle dulces a los niños una vez tapada la muela, optó por pintarse la cara. Magazo.
Uno crece, se olvida de sus héroes y luego uno copia algunos muy vanos y supérfluos o se vuelve uno vano y supérfluo, como yo.
Por ahí de 5 años me enteré que Cepillín había sufrido un infarto, que casi se muere. Qué ingrato he sido, pensé, yo creciendo y Capillín muriendo.
En una peda con el Pixi me contó que estaba, igualmente, en una peda con unos amigos y que de pronto se les había acabado el truco que los mantenía con los ojos abiertos. Alarmados, mirando las varias botellas de alcohol aún por vencer, se preguntaron un qué hacemos, no mames. El dueño del departamento les dijo: no me lo van a creer, en el edificio vive el Cepillín, él siempre tiene.
Tocaron a su puerta/ÉL los saludo/le contaron que estaban en la peda/le preguntaron si tenía/que se les había acabado/claro/dijo ÉL/pero pus invíten ¿no?/les respondió.
Y luego me enteré que su truco favorito consistía en desaparecer de una sola inspiración las blancas y eternas nieves de su Aconcagua lúdica. Magazo.
Cepillín, yo nunca olvido a la gente que me hace feliz, amigo, maestro, quiero compartir contigo un baile de Tomás uúuúuúuú. González, vivo cerca, como a una hora en camión. Richard, echémonos unas copas y lo demás que nos permitirá estar despiertos toda la noche, al fin tú siempre tienes; Ese Pillo, bebamos y amanezcamos, aunque eso signifique que a la mañana te tenga que enterrar con todo y mi infancia en tu ataúd.