- Hazme una prueba de hombría-
-¿Y cómo es eso?-
- Toca mis huevos con tu mano fría-
- Toca mis huevos con tu mano fría-
Dicho el domingo 8 de noviembre,
mismo día que ahí estaba, acostado, con una piel al lado y yo deseando no buscar a quién me la hizo, sino que esta pielecita ya me la pagara; para ser sinceros, con un un poco de amor me bastaba. Pero, al final, lo mejor de la tarde y de la noche fueron un par de confesiones:
Sí, me enamoré ipsoenchinga (antes se decía a primer vista) de alguien que tenía los mismos gustos que yo, literalmente... ¿A poco? Y tú, ¿no te ha pasado algo así? Pues sí, me enamoré de un teibolero. No mames, no existen los teiboleros. ¿Por qué no?
pregunta tras la cual comencé un monólogo donde relaté los insights que he podido acumular en el neónico mundo del teibol. El que alzó la mano de inmediato asume que: la teibolera se dedica a eso debido a que desde muy joven tuvo un hijo (casi nunca una hija), y que el padre no se hizo responsable en su debido tiempo o la golpeaba o que sus padres no aceptaron a esa Criatura de Dios.
Aún así, siendo su trabajo fruto del desfortunio, las mujeres cargan con la tristeza y lo transforman en arte dancístico, en vuelo y caída de prendas y coreografías pélvicas, en vueltas sobre sí que sirven de faro que ilumina el alma sucia del hombre, limpiándola; en subidas al cielo que se convierten en intentos de suicidio con caída lenta-lenta y con feliz aterrizaje, en azote de cabellos al suelo que barren las huellas de las musas antecesoras, en trémulas luchas de los apéndices del hombre que luchan contra el zíper dictador.
Como activista pude ver cuál descifrar la mejor estrategia con el cliente: resultó ganadora la que, como todo buen publicista, sabe que la mejor venta es la que no parece venta, haciéndote pensar que es tu novia (pero con taxímetro) y te enamora y te deja pensando en juntar dinero y fuerzas para volver a verla.
Hay las honestas que dicen que lo que les gusta de esa vida es el dinero, el pisto, las drogas y los hombres; esas amigas, por lo general, viven más en menos tiempo, por lo que terminan como el Hindemburg, o como el José José actual, diciendo con sonrisa chueca y ceja levantada: "pero lo bailada, lo gastada, lo bebida, lo esnifada y cojida, nadie me lo quita, arrebata o desmemoria", mientras le da vueltas a ese anillo en el anular, símbolo de ese matrimonio con satán.
Claro que las hay con fin de nota roja, pero resultan obvias. Más extrañas, como las que habitan en la historia de la hermana de L, mejor amiga de C, cuya carencia de dedos en una mano la lleva a un periplo recurrente por páginas de internet, situaciones y lugares bizarros, como el teibol aquél, donde las chicas tenían la peculariedad de carecer de ese algo. Y ese algo era un ojo, o una pierna, o (y aquí fue donde la hermana L encontró la paz) los dedos de una mano.
La última vez que acudí al Heaven*, me hice acompañar de mi amiga Lae, pensando que todas las francesas son muy abiertas en cuanto al sexo, pero, oh decepción, cuando la invité al privado donde una rubia me amó en tres canciones, se esquinó ininmutable, sin responder a ninguno de mis llamados sutiles que le decían: tócala, ándale, ven.
Y vaya que me quedo corto en historias propias y ajenas, pero estas tan simples y superfluas pueden ilustrar que nada semejante nos puede pasar a los hombres por ser seres tan elementales, nunca versados cosas de la calle y del amor y que sólo las buenas mujeres de mala reputación pueden nacer.
Después de este domingo, maldita sea, quedé mal, necesito el estoque (estoquear en este caso). Esta gripe que tengo no hay antibiótico que la diluya, es hora de -hoy, mañana a más tardar- regresar con mi falso doctor de cabecera para que me recete un cachito de cielo en el infierno.
*El Heaven, como bien dice Manzanito, es el único table familiar del que se tenga razón y registro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario