
Quiero dejar de doler. ¿Dejar de ser? No lo sé. Mejor ser especial. Pero externamente especial. Mi gran fantasía es encontrarme en una situación de protagonismo negativo. Objeto de lástima por duelo, reconocimiento a mis circunstancias particularmente difíciles, mérito a una valentía fuera de proporción, ese tipo de cosas. Por ejemplo descubrir accidentalmente que mi escala de dolor no está calibrada igual que la de los demás: que creo que soporto tanto como cualquier otro y resulta que soporto mucho más. Que aguanto con decoro situaciones más difíciles que otros, que soy más desprendida que otros. Pero no concientemente, sencillamente porque así es. Un día sentir que me duele el estómago, o la pierna. Tal vez la cabeza. Un dolor de cabeza a ambos costados, un poco más arriba y atrás de las sienes. Como punzaditas desde que me despierto hasta que me acuesto a dormir- si es que esta noche me dejan dormir. Están ahí todo el día aunque de vez en cuando me olvido a ratitos de ellas. Cuando tengo hambre es cuando las siento más agudas. Cuando debo concentrarme en algo del trabajo me distraen y afectan la calidad del resultado, pero jamás las uso como pretexto. Juego al estoicismo y nunca voy con un doctor, a pesar de que a veces sospecho que puede ser algo grave. Tal vez soy paranoica pero antes que todo soy una mártir. No digo nada y sigo normal. Nadie sabe nada en mi familia o mi círculo de amigos. Muchas veces me siento tentada a confesárselo a alguien para hacerme las cosas más fáciles pero siempre me detengo antes de hacerlo, convencida de que lo conmoveré aún más una vez que muera, de que le provocaré una impresión más fuerte desde la tumba. Porque lo que busco realmente es su compasión, no su comprensión. Una noche finalmente sucede: el dolor es particularmente intenso, me retuerzo anónimamente en el colchón haciendo muecas exageradas hasta que amanezco muerta. Días después, el olor levanta la sospecha de mis compañeros de casa y fuerzan mi cuarto, llaman a la policía. Un doctor o un forense me analiza y emite un diagnóstico: he padecido una de las enfermedades neurológicas más dolorosas que conoce, no se explica cómo es que lo he soportado en silencio. Mis compañeros se asombran de mi valentía. Se las arreglan para contactar a mi familia, aunque de momento no se me ocurre cómo podrían encontrar en mis cosas ninguna dirección o ningún teléfono para llamarles. Mi familia viene a la ciudad. Coronan su vida hasta ese momento, llena de orgullo por mí, con una vida a partir de este momento, llena de admiración a mi impavidez. Mis amigos se lamentan no haberme apreciado más antes, cuando vivía y no me dieron la importancia que ahora creen que tengo. Mis compañeros de trabajo terminan por enterarse y me convierto en objeto de chismes de pasillo, mi estatus cambia de callada y misteriosa a piadosa e incomprendida. Morí sin que mi familia supiera que soy atea, así que organizan una misa en mi honor (aunque lo supieran, la organizarían de todas maneras para su propia tranquilidad). Deciden efectuarla en mi ciudad de nacimiento para conveniencia de mis familiares, así que la mayoría de quienes me conocen y me aprecian no asisten. Olvidemos el hecho de que no asisten a la misa mis amigos más cercanos ni quienes alguna vez fueron mi interés amoroso. La misa está llena de gente que se reunió en ese cuarto de techos muy altos para recordarme. No quiero una hora de llantos. Seguramente todos estarán pensando en sus propios problemas la mayor parte del tiempo. Está bien, no me siento ofendida, de verdad. Lo único que quiero, la verdadera culminación de esta fantasía, es que la gente piense ¡pero qué valiente fue!, ¡cómo no le dijo a nadie lo que se sucedía!, ¡cómo pudo soportar ese dolor en silencio!, ¡verdaderamente digno de asombrarse! Así, con signos de admiración. Que mis tormentos habituales son peculiares. Que alguien quiera consolarme de la manera en que lo anhelo. Que alguien piense en mí con ternura y endulce mis metas, mis logros. Que me vaya siendo una niña, mi recuerdo envuelto en condescendencia.
Sí, a nuestra manera todos queremos ser especiales.
bien por inaugurar tu ala ilustradora, mal por robarte mi fuente primaria de imágenes.
ResponderEliminarSaludos a la señora que te limpia tu cafetera francesa.