jueves, 1 de octubre de 2009

Bosquejo



Hoy conocí al maestro del universo. Me preguntó por ti… qué adecuado, porque llevaba un reloj Fendi y olía a cerveza. Hubo muchas cosas que no le supe decir. No supe decirle, por ejemplo, que no estás nada bien. O que ya para nadie es un secreto que vendes tu cuerpo. No le dije que tienes un problema con tu físico, no porque no lo aceptes sino porque te gusta demasiado. Tampoco le platiqué como fue que casualmente un día tu mentor se convirtió en tu cliente, ni cómo te caías de la vergüenza cuando abriste la puerta y descubriste que era él, justo antes de que se te llenara el pecho de aire caliente y tus ojos de lágrimas y le pidieras que te abrazara fuerte como aquella vez que probaste el G por primera vez y te sostuvo junto a la taza de baño hasta que te calmaste al día siguiente.
No le dije nada de eso, ni de los falsos ánimos que te das a ti mismo, que nos platicas como para quitarles lo falso, diciéndote que puedes cambiar cuando no quieres hacerlo ni has querido hacerlo nunca.
¿Para qué se lo decía? Él ya sabía que mentí, pero no me dijo nada. Sólo me dio una palmadita en el muslo, me dijo cortésmente que había sido un gusto conocerme y que lo disculpara, pero estaba borracho y tenía un taxi que tomar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario