viernes, 25 de septiembre de 2009

radio gaga




Nostalgia de algo que no viví. Así llamo a un sentimiento que experimento frecuentemente al escuchar música. Sucede cuando la canción me conmueve y me sugiere ideas a las que no tengo recuerdos que asociar.

La primera vez que recuerdo claramente haberla sentido fue cuando tenía 13 años. Era de noche. Seguramente era un viernes por la noche, porque solían ser noches muy tranquilas en mi casa. Después de una pesada semana en el trabajo mi papá sólo tenía ánimos de cenar, ver la tele con mi mamá o platicar un rato y dormir. Mi hermano y yo éramos muy chicos para salir y generalmente nos acostábamos o nos encerrábamos en nuestros respectivos cuartos temprano. Y sí, seguramente era un viernes por la noche porque fuera de mi ventana la noche se sentía cargada, mágica, húmeda, llena de promesas, así como suelen sentirse las noches de viernes en Guadalajara.

Ese mundo que prometía la ciudad yo no lo conocía ni por equivocación. Sólo podía imaginármelo y añorarlo justamente como lo hacía esa noche: acostada, bajo las sábanas, con un pequeño radio portátil Sony pegado a mi cabeza sintonizado con el volumen más bajo posible para que mis papás no se dieran cuenta de que seguía despierta. Y escuchaba la voz ronca y sensual - típica de locutora- que hablaba sobre Brian Setzer. Y yo, impaciente, articulaba en silencio el nombre, adivinando como se deletrearía para no olvidarlo en caso de que me gustara la canción que estaba por iniciar. Y empezaba. Y yo abría los ojos y no cabía en mi cama de la emoción. No cabía en mi casa, no cabía en mi cuerpo. Quería salir, quería vivir esa canción que ya de por sí estaba llena de vida, de imágenes borrosas de aventuras nocturnas y de personajes que en mi mente no podía aclarar. Y pensaba que algún lado de la ciudad habría gente escuchando la música al mismo tiempo que yo y la vivía de veras. Y esa gente se contagiaba de esta vibra incontenible y la alimentaba también. Y la canción se transformaba en mil cosas a cada momento y yo seguía aquí encerrada. ¡Y qué absurdo me parecía! Yo viéndolo todo de mentiritas, mientras las cosas realmente sucedían afuera. Tan de mentiritas era que de haber dado un paso fuera de mi cama el radio se hubiera vuelto inaudible y para mí ese mundo se hubiera esfumado. Y para esa gente nada hubiera cambiado y seguirían riendo, bailando, formando parte de esa nube increíble de magia que flotaba sobre mi cama.

De esa manera tan enternecedora viví mucho más con el radio Sony: desde los sones jarochos hasta Miles Davis pasando por cada sutil matiz del rock o el novedosísimo Nortec. Todos de lejecitos con ese eco del FM de por medio. Todos siempre seduciéndome. Todos siempre acongojándome.

Entre tantas mudanzas no sé donde quedó el radio Sony. Pero a mí todavía me pega la nostalgia de algo que no viví.

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