martes, 1 de septiembre de 2009

primera vista




Lo mencioné de pasada antes, tengo frecuentes enamoramientos.

No relaciones reales. No coqueteos. No risas y persecuciones bobas de niña de secundaria.
Simplemente enamoramientos. Veo a alguien en la calle, en un antro, antes en la escuela, ahora en el trabajo. Y, con toda la ligereza de la palabra, me enamoro.

Un amigo mío me explicaba lo complicado que le resulta tener sexo casual. "Es que si partes de la premisa de que todas las mujeres tienen algo de lo que te puedes enamorar, no veo cómo puedes pasar sólo una noche con ellas".

Tal vez al justificar así su torpeza en el arte/ciencia de ligar, mi amigo ha llegado muy lejos, pero en el fondo tiene razón.

Si las observo detenidamente mientras hacen sus cosas, sin que se den cuenta, encuentro gestos que me parecen familiares, que me provocan abrazarlas, que me hacen sonreír pensativa. Pienso, ¿se dará cuenta su novio en turno de lo encantadora que es ella cuando se esfuerza en contar una anécdota boba?
O ella, que va abriéndose paso para salir del metro, con un rostro de cansancio que exige empatía luego de un pesado día en el trabajo, ¿tendrá alguien que la reciba al llegar, que la abrace y le diga báñate, ponte cómoda, debes venir exhausta, te voy a hacer de cenar?

O la copiloto de aquél carro, que va mirando por la ventana con un gesto de absoluta concentración, siguiendo con la mirada la línea del horizonte que divide las montañas y el cielo, sonriendo inconcientemente... ¡lo que daría por subirme en el asiento de atrás con mi cabeza recargada en su respaldo y pedirle que me diga en qué está pensando!
Una chica sola, sentada en un parque frente a un edificio de oficinas, chupando su cigarro para matar el tiempo durante su hora de comida porque no tiene a donde más ir. ¿Te aburre tu trabajo? A veces a mí también el mío. Vámonos, vámonos juntas.

Oigo una risa estruendosa: pertenece a una mujer que, muy delicadamente, echa su cabeza hacia atrás, sus hombros hacia arriba y adelante, se regodea en su felicidad. Chingado, ¡qué ganas de ir a preguntar cuál es el chiste para reírme yo también con ella!

La adolescente que se viste mal, que seguramente tiene pocos amigos en la preparatoria, sentada, esforzándose, leyendo lentamente, asintiendo con la cabeza, murmurando y gesticulando lo que lee. ¿Si estuviéramos en la cama, me arrullarías leyéndome al oído?

Un niño le dice a su madre ¿me lo compras mami? con la más ingenua de las ilusiones y recibe un impotente pero firme no mi rey, no puedo. Señora. Yo la entiendo. Yo sé que no es su culpa, yo sé que a veces no se puede. A mi también me duele.

Tú, la chica delgadísima con un aspecto totalmente andrógino, con pantalones entubados, con dunks, con los ojos excesivamente delineados y el cabello a la winehose. ¿Quieres ir a tomar unas caguamas en el parque frente a mi casa?

Esa señora que va manejando una enorme SUV negra con interiores beige mientra habla por radio. ¿Me llevas contigo al club?, ¿nos metemos al vapor?, ¿cerramos con seguro?

Si tengo sexo con alguien, a partir de entonces su cuerpo es mío y puedo tenerlo cuando yo quiera. Puedo revivir la lujuria y la ternura del momento en cualquier otro momento.
Pero también estos gestos de la calle, tomados prestados al pasar se vuelven míos y están todavía más llenos de posibilidades. No tengo nada que recordar y todo qué fantasear.
Es un pasatiempo muy delicado. De hecho es un pasatiempo peligroso. Tengo miedo de que al recolectar tantos gestos de tanta gente, me olvide de cómo es poseer todos los gestos de una sola persona.

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