viernes, 23 de octubre de 2009
Hola señor doctor
Todos son el mismo. Parece que no se mueven en todo el día pero de noche puedo verlos tomándose de las manos en lo alto, uniendo sus cabellos hasta que ya no puede saberse cuál es cuál. No sé qué es lo que se dicen entre ellos, debe ser algo sobre mí porque me están viendo todo el tiempo. Me da miedo que no se qué es lo que quieren, no se qué es lo que esperan que no se han ido.
Él se ríe de mí. Me lleva y me acerca con ellos, obligándome a tocarlos. Cree que así entenderé que están inmóviles y no me hacen daño. El que no entiende es él. Cree que mi llanto es un capricho pueril. Pero mi llanto es de desesperación… lleno de angustia frente a la sospecha de que él está de su lado. O por lo menos, de que no está de mi lado.
Para terminar esta tortura de una vez, extiendo la mano y contengo mis lágrimas y endurezco mi respiración. Él cree que me ha convencido de confiar en ellos y se ríe de lo tonta que he sido. Jamás le perdonaré que, sin entenderlos, me obligue a confrontar mis temores. No importa, él no se da por enterado y -aunque todavía no lo sé- lo seguirá haciendo durante toda mi vida. Y durante toda mi vida yo seguiré siendo incapaz de explicarle lo que siento. Esta barrera siempre existirá entre nosotros.
Al final, contarle mis temores y que me obligue a enfrentarlos se convertirá en mi mayor temor.
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