Pero alguna vez fui niño, uno imaginativo y retraído que no le gustaba comer ni hablar por considerarlas acciones inútiles.
Los niños son sus juegos como los adultos sus aficiones. Mi Aconcagüa lúdica consistía, esencialmente, en quitarle el cinturón a la bata de baño de mi madre, anudar un extremo alrededor de mi cuello, y el otro, a la pata de un mueble. Y ladrar de vez en cuando. Y así pasaba horas, casi un día entero. Mis padres estaban más que contentos con este juego y yo era feliz porque me lo dejaban jugar. No creo que esta foto sea espontánea, pero sí fidedigna:

Por una tía, por sus ganas de demostrar su tesis y sacar a pasear a la vana Gloria, aprendí a leer y escribir, sumar y restar a los tres años. Por supuesto que eso me creó muchos amigos, todos imaginarios. Sólo me llevaba con gente adulta y de ella copiaba sus temas y poses más aburridas.
Sólo un acontecimiento una vez al día me hacía romper las barreras de mi no edad. Cuando lo veía y oía saltaba y gritaba como sí sólo fuera a meter un solo gol en mi vida. Escuchaba esa voz tipluda y rápidamente me ponía en posición, subía el antebrazo y agarraba un micrófono de aire. Lo primero que en mi vida me hizo salir de mi fue un verdadero artista, mago y payaso: Ricardo González Gutiérrez "Cepillín".
El Ricardo estudió para odontólogo y en lugar de darle dulces a los niños una vez tapada la muela, optó por pintarse la cara. Magazo.
Uno crece, se olvida de sus héroes y luego uno copia algunos muy vanos y supérfluos o se vuelve uno vano y supérfluo, como yo.
Por ahí de 5 años me enteré que Cepillín había sufrido un infarto, que casi se muere. Qué ingrato he sido, pensé, yo creciendo y Capillín muriendo.
En una peda con el Pixi me contó que estaba, igualmente, en una peda con unos amigos y que de pronto se les había acabado el truco que los mantenía con los ojos abiertos. Alarmados, mirando las varias botellas de alcohol aún por vencer, se preguntaron un qué hacemos, no mames. El dueño del departamento les dijo: no me lo van a creer, en el edificio vive el Cepillín, él siempre tiene.
Tocaron a su puerta/ÉL los saludo/le contaron que estaban en la peda/le preguntaron si tenía/que se les había acabado/claro/dijo ÉL/pero pus invíten ¿no?/les respondió.
Y luego me enteré que su truco favorito consistía en desaparecer de una sola inspiración las blancas y eternas nieves de su Aconcagua lúdica. Magazo.
Cepillín, yo nunca olvido a la gente que me hace feliz, amigo, maestro, quiero compartir contigo un baile de Tomás uúuúuúuú. González, vivo cerca, como a una hora en camión. Richard, echémonos unas copas y lo demás que nos permitirá estar despiertos toda la noche, al fin tú siempre tienes; Ese Pillo, bebamos y amanezcamos, aunque eso signifique que a la mañana te tenga que enterrar con todo y mi infancia en tu ataúd.